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Gobierno de Canarias

Fundación Cajanarias

Un espacio concebido para la difusión de la literatura del Archipiélago, dirigido al público general y a los profesionales de la enseñanza. En la ficha de cada autor, realizada en tono divulgativo por conocidos especialistas, podrás acceder a sus datos esenciales: quiénes son, sus obras, su significación cultural y literaria, bibliografía, recursos multimedia y una selección de sus textos.

Antonio de Viana

Por Cecilia Domínguez Luis

Con la figura de Antonio de Viana, debemos tener en cuenta su doble faceta: la de médico y la de escritor. Eso nos explica por qué solo tiene una obra literaria: su Poema Antigüedades de las Islas Afortunadas, aparte de un soneto a Cairasco.
Aun así, Valbuena Prat considera el “Poema” como la única obra épica que representa todo el paisaje, espíritu y leyenda heroica de una región de habla castellana en los albores del siglo XVII, y M.ª Rosa Alonso afirma que Antigüedades es «fuente para entender a nuestros guanches, nuestros paisajes, nuestra historia, nuestra literatura y nuestros símbolos.»

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Selección de textos

ANTIGÜEDADES DE LAS ISLAS AFORTUNADAS

CANTO I

En el océano mar, término Adlántico,

yacen en medio de las ondas varias,

a quien resisten firmes y altas rocas

de pardas peñas y arenosas playas,

las islas: son Canaria, Tenerife,

Palma, Gomera, Hierro, Lanzarote,

Fuerteventura, tan cercanas de África,

que ochenta leguas distan de su costa,

y de Cádiz doscientas y cincuenta.

Nordeste, en ellas, Sudueste, Oeste,

y Leste, vientos favorables, soplan

[...]

Sus riberas y márgenes marítimas

enriquecían por diversas partes,

hermoseando, en la dorada arena,

las pellas finas de preciosos ámbares,

entreveradas por mayor grandeza

con labrados confites y almendrones

de agradable apariencia, aunque sin gusto.

Manaban leche las hermosas fuentes,

las peñas, miel süave, entapizadas

con nativos panales; entre el musgo

pajizo, blanda y delicada orchilla.

[...]

No hallaron en ellas animales

dañosos, porque nunca los criaron,

aunque en algunas de ellas habitaban

los soberbios camellos corcovados.

Por sus aires volaban varias aves

de música sonora, y muchedumbre

de aquellos vocingleros pajaruelos

que por canarios los celebra el mundo.

[...]

Tienen grandes arroyos de aguas claras,

con cuyo riego yerbas olorosas

brotan, y esparcen matizadas flores

el poleo vicioso, el blando heno,

el fresco trébol, toronjil, azándar,

el hinojo entallado y el mastranto.

Sube la yedra, y el jazmín se enreda,

y se entreteje la violeta, y hacen

un bello tornasol con alhelíes

en los espesos y frondosos árboles.

Llamáronlas los Campos Elíseos,

diciendo que el terreno Paraíso,

del ímpetu del golfo y mar cubierto,

entre ellas tiene su glorioso sitio.

Yace en medio de todas, como a donde

consiste la virtud, la gran Nivaria,

famosa Tenerife, que en ser fértil,

más bien poblada y de mayor riqueza,

a esotras seis con gran ventaja excede:

es mi querida y venturosa patria,

y de ella, como hijo agradecido,

más largamente, antigüedad, grandezas,

conquista y maravillas raras canto.

Tiene entre lo más alto de sus cumbres,

un soberbio pirámide, un gran monte,

Teida famoso, cuyo excelso pico

pasa a las altas nubes, y aun parece

que quiere competir con las estrellas;

[...]

 

CANTO III

Ya cuando el alba bella amanecía,

víspera alegre del florido mayo,

a las anales fiestas y placeres

se prevenían los nivarios príncipes.

Sale Dácil, la hija de Bencomo,

doncella hermosa, de su reino y corte

a la vega do estaba la laguna

con la licencia de su caro padre;

y el capitán Sigoñe, y cien soldados

en guarda suya, porque allá desea

tener las fiestas del alegre día;

hace con su presencia el prado ameno,

más bello, deleitoso y apacible;

pero todo le da melancolía,

que el alma siente de un cuidado aflicta.

Díjole Guañameñe el agorero,

que un personaje de nación extraña

que por la mar vendría al puerto y sitio

marítimo, llamado Añago entonces,

de ser había al fin de mil desastres,

guerras, batallas, cautiverio, y muertes,

su amado esposo, en dulce paz tranquila;

parecióle ser cosa, aunque creíble,

de suceder difícil, y a esta causa,

la soledad le agrada de aquel bosque,

y no el bullicio de la corte alegre.

Es de muy poca edad, gallardo brío,

tiene donaire, gracia, gentileza,

frente espaciosa, grave, a quien circuye,

largo cabello más que el sol dorado,

cejas sutiles, que del color mismo

parecen arcos de oro, y corresponden

crecidas las pestañas a sus visos,

los ojos bellos son como esmeraldas

cercadas de cristales transparentes,

entreveradas de celosos círculos;

[...]

Al fin, desde un robusto y alto monte,

cercano a la laguna, atenta mira

del mar inquieto las revueltas ondas;

contempla en él el bien de su ventura

y pensativa y lastimada dice:

“Incierto mar, no sé si es bien que crea

que atesoras el bien de mi esperanza,

que aunque en creer es fácil quien desea,

temeraria es la incierta confianza;

dudosa estoy cómo posible sea,

estar entre tus ondas de mudanza,

aquel que ha de venir a ser constante,

mi dueño, esposo y verdadero amante.

Las aguas apresura porque venga

con más presteza, mira que lo espero,

y es muerte el esperar, no lo detenga

tu inquieto movimiento, porque muero,

aplaca ese rigor lo que convenga,

y traime ya a mi amado forastero,

que lo desea y ama el pensamiento,

y amar y desear es cruel tormento…”

[...]

 

CANTO V

[…] Esta mañana alegre y deleitosa,

primero día del florido mayo,

estaban los navíos españoles

surtos en el seguro y quieto puerto

de Añago al dulce abrigo de la tierra,

y en ella en larga playa el grueso ejército

con gran concierto y militar recato.

El capitán Gonzalo del Castillo

con veinte de a caballo, de a pie, treinta,

estaba en la espaciosa vega y bosque

de la laguna, que del puerto dista

tres millas, bien ajeno del peligro

que pudiera venirle a divisarle

aquella noche la soberbia gente

que guardaba a la bella infanta Dácil,

y la demás que trujo al mismo puesto

para lo propio el capitán Sigoñe

del reino de Taoro, que eran todos

doscientos valerosos naturales.

[...]

Dácil estaba cerca en una fuente,

que tiene en sí la falda de una sierra,

cuyas vertientes claras decindiendo

llevaba al lago un bullicioso arroyo,

y era el espeso bosque tan cerrado

que no se divisaba en él la gente.

Cerca de aquel lugar, en la ladera,

junto a la fuente, la española escuadra

hacía una gran presa de ganado,

para llevarla sin rüido al puerto:

[...]

Apártase Castillo a entretenerse

en tanto por el bosque y prado ameno,

mide con cortos y vagantes pasos

acá y allá, mirando el gran repecho

de aquella sierra, y las vertientes sigue

del agua que desciende de la fuente,

a quien cercaban árboles espesos.

[...]

Gozaba Dácil del alegre sitio,

sentada encima de la peña misma

en lo más alto de ella, entre las flores,

mirándose en las aguas de la fuente

donde hacía una agradable sombra

como en espejo de cristal purísimo.

Oía el murmurar del claro arroyo

que dende allí tomando su principio

bajaba al hondo y espacioso valle,

y de las aves la sonora música;

mas pensativa estando sola y triste

con el cuidado en el suceso nuevo

de los recién venidos, mira atenta

y ve subir hacia la fuente un bulto

extraño al parecer de su ignorancia.

Era el famoso capitán Castillo

que ajeno de ser visto y descuidado

iba llegando cerca de la fuente,

y así diciendo lleno de alegría:

“¡Oh, isla afortunada! ¡oh, fértil tierra,

cuán grata y bella que a mis ojos eres,

mayores glorias tu pobreza encierra

que España con sus prósperos haberes;

[...]

Diciendo aquesto estaba ya muy cerca

de la agradable fuente; pero Dácil

tiene los ojos puestos en su aspecto:

túrbase en ver aquel gallardo brío,

pulido traje y militar arreo,

tan diferente en todo a su costumbre

que con dificultad juzga ser hombre;

quiere huir y teme, y así dice:

“Cielo, ¿qué será aquesto que aquí veo?

¿Qué puedo hacer? ¡Ay, triste, si me siente!

¡Quiero huir!... ¡pero que es hombre creo!

¿Hombre? Sí, mas extraño y diferente;

combate mi temor con mi deseo,

un extranjero tengo ya presente

[...]

Mientras entre sí Dácil discurría

aquestos y otros tales pensamientos,

llegó Castillo a la agradable fuente:

deléitase con ver el agua clara

que salta, hierve y hace quietas ondas;

descálzase los guantes de gamuza,

baña las manos y refresca el rostro,

saca el lenzuelo, enjúgase y descansa.

Contempla el agua pura, y clara en ella

al vivo la figura de su sombra,

y advierte junto a sí la que la Infanta

hace también encima de la peña:

a todas partes mira quién la causa

pero no puede verla, que lo impiden

las verdes ramas de los frescos árboles,

y así confuso y admirado dice:

”Un bulto soy, pero dos sombras

veo en el agua; aquesta cierto es mía;

mas ¿tú quién eres, sombra que me asombras?

¿Qué es esto, loca y vana fantasía?

Entre las flores, como sobre alfombras,

bordadas de preciosa pedrería,

parece está sentada una pastora

¿pastora? Sí, y aunque se mueve agora.

Vista notable, pero en el contorno

de aquesta fuente solo a mí me veo;

aguas, ¿qué es esto?; mas a mirar torno;

allí la sombra está, y aunque el arreo

de la zagala es poco, y sin adorno,

parece clara con la sombra oscura

y peregrina y rara su hermosura.

[...]

Tanta fue de Castillo la porfía,

que no pudo encubrírsele la Infanta,

que al fin quitó las ramas con las manos,

que le impedían su agradable vista:

admírase de verla, y dice a voces:

“No se engañaba, no, mi pensamiento,

¡oh, santo cielo, qué zagala bella!

sin duda que lo es, y a lo que siento

muestra ser noble el grave aspecto della;

,írame, aunque turbada, y de su asiento

se ha levantado, ¿iráse? Es una estrella,

no la quiero perder, antes seguilla,

que su beldad me llama y maravilla”.

Habíase ya Dácil levantado,

viendo que la miraba el caballero;

mas él dejó la fuente y fue siguiéndola

con presurosos y turbados pasos:

llégase cerca della, considera

su traje extraordinario, y sobre todo

la rara y no compuesta hermosura,

y ella se estaba en él embelesada,

vencida y llena de vergüenza honesta.

Sienten los dos un no sé qué de gloria

mezclado a un sí sé qué de pena y ansia;

saltos da el corazón dentro en sus pechos

y ambos se juzgan por aficionados.

Quiere Castillo hablar, mas dificulta

que le pueda entender ni responderle,

cierto de que sus lenguas son contrarias:

mas vencido de amor y del deseo

que a lo que es más difícil persuaden,

le dice tiernamente estas palabras:

”Ángel, o serafín en forma humana,

o cifra de la misma hermosura

en la belleza y partes soberana,

y solamente humana en la figura;

si mi humildad vuestra grandeza allana,

ved que mi alma en vos se transfigura,

para gozar de vuestra vista bella,

no lo extrañéis, transfiguraos en ella.

[...]

Es propio a la humildad siempre vencerse

y es de suyo agradable la belleza

y es lo que agrada fácil de quererse,

el querer es amor y amor, firmeza;

ángel sois vos y fuego en que me inflamo,

miradme, amando, entenderéis que os amo.

No ignoro que extrañáis mi oscura lengua,

pues no me respondéis, mas el concepto

de la fe de mi amor no queda en mengua,

pues entendéis del alma lo secreto,

testigos son mis ojos como lengua

del corazón, del amoroso efecto

de que sois causa en mí; ¿pero estoy loco?

¿Qué es esto a que me incito y me provoco?

[...]

A todo aquesto Dácil pensativa

dudando estaba en qué determinarse

y en confuso discurso entre sí dice:

“Parece que me habla aficionado,

mas no lo entiendo en cuanto dice, nada,

sin duda debe ser enamorado,

pues con tal brevedad de mí se agrada;

¿qué le responderé? Mas si ha hablado

sin entenderle yo, desengañada

estoy de que tampoco a mí me entienda,

mas ¡ay! ¡si es este aquel, de quien soy prenda!”

Castillo sin temor, de amor vencido,

larga la rienda a su deseo, y llega

a tomarle la mano con la suya:

Dácil consiente, y para demostralle

algún amor la aprieta, y él le dice:

“¿La mano me apretáis? Con este aprieto

(prenda dichosa) rematáis mi alma;

bien habéis entendido su concepto,

aunque nos tiene así la lengua en calma;

a vuestro amor rendido estoy sujeto,

vos consentís, pues ya me dais la palma,

conmigo iréis, que vais conmigo quiero.

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