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Por Eugenio Padorno
No escapó a Álvarez Cruz el destacar el hecho de que en Siliuto el espíritu romántico (ciertamente distante del pensamiento liberal y progresista) impregnó más su existencia que su obra; el signo trágico de aquella aparece disciplinadamente asedado por su formación religiosa, alimentada por la lectura de autores ascéticos y místicos (fray Luis de León, san Juan de la Cruz, Teresa de Ávila), sin descartar las huellas de autores grecolatinos (Virgilio, Horacio, Séneca). Otros ecos de su poesía remiten a Meléndez Valdés, Espronceda, Bécquer, Zorrilla… No desconoció la poesía de Lamartine, en particular sus Meditaciones poéticas (1820-1849) y el significado último que el poeta francés dio a la Naturaleza. De ello resulta en Siliuto una expresión que, conciliadora de elementos mitológicos y cristianos, se funde en diversificados paisajes de La Laguna, Tacoronte y, sobre todo, de La Orotava, cuyo Jardín Botánico parece haber identificado con una imagen edénica.
Se sirvió de los metros clásicos (sonetos, décimas, octavas reales, sextetos, quintetos, etcétera) de modo exento o adicionados a otras combinaciones estróficas; las libertades que se toma en este ámbito afectan a las rimas que, en ocasiones, se apartan de las exigencias del modelo preceptivo para entremezclar la consonancia y la asonancia, o se sirve de la rima canaria, que iguala el sonido de las c, z, y de la s.