Un espacio concebido para la difusión de la literatura del Archipiélago, dirigido al público general y a los profesionales de la enseñanza. En la ficha de cada autor, realizada en tono divulgativo por conocidos especialistas, podrás acceder a sus datos esenciales: quiénes son, sus obras, su significación cultural y literaria, bibliografía, recursos multimedia y una selección de sus textos.
Por Covadonga García Fierro
La literatura de Victorina Bridoux y Mazzini (Manchester, 1835 - Santa Cruz de Tenerife, 1862), se enmarca en el movimiento del romanticismo. Los versos son una exaltación de las emociones, especialmente de la nostalgia, el tiempo lejano, el amor y el sentimiento de comunión con la naturaleza. Para la crítica literaria María Rosa Alonso, se trata de una de las autoras del siglo XIX que merece no caer en el olvido.
Y siempre, siempre aquí, llevo esculpida
la extraña nota de misterios llena
¡formando parte de mi misma vida!
¡formando parte de mi misma pena!
Por eso cuando exhalo mi lamento,
o cuando pulso mi doliente lira,
hay dos ecos de amor en un acento
y dos suspiros si mi amor suspira.
¿Será el presagio de temprana muerte?
¿Será el sollozo de mi triste anhelo?
¿Será anatema de contraria suerte?
¿Será la voz que me reclama al Cielo?
Definirlo no sé, sólo comprendo
que mi existencia su misterio adora,
que me asombra esa voz que yo no entiendo
y el alma mía de tristeza llora.
Yo siento un malestar indefinible,
el aire que respiro me sofoca…
¡Hay una cuerda al corazón sensible,
y al sentirla vibrar me vuelvo loca!
Es un anhelo sin color, sin nombre,
Es la vana inquietud de un pensamiento;
mas comprender jamás pudiera el hombre
toda la angustia que en mi pecho siento.
Al contemplar el mar, que gime en calma,
tiendo mis brazos con dolor profundo,
¡y se desmaya de pesar el alma
por buscar algo que perdió en el mundo!
¡Yo quisiera volar, volar ligera!,
dejar montes atrás, islas, vergeles,
y divisar lejana otra ribera,
cual blondo canastillo de claveles…
Y gritar desde el mar: ¡oh, patria mía!
¡Bella sirena de nevado manto,
náyade de sin par melancolía,
oh, Cádiz de mi amor, oye mi canto!
A ti se tornan mis cansados ojos,
a ti se marcha mi fugaz suspiro,
por ti lamento sin cesar enojos,
por volverte a mirar, triste deliro.
Y es preciso partir, es necesario:
el viajero retorna a sus lugares;
el peregrino busca el santuario
y yo por verte cruzaré los mares.
Yo, cual las aves de sentido canto,
he llorado al cantar males de ausencia,
y al derramar mi dolorido llanto,
sentí debilitarse mi existencia…
Mas ya cantar no sé; la golondrina
quiere tornar a su lejano nido,
y el ave, que viajaba peregrina,
quiere buscar lo que miró perdido…
¡Dejadme, por favor, harto he cantado!
¡Basta de flores, de ilusión, de galas!;
mi canto en estos montes he grabado,
¡dejadme entonces desplegar mis alas!