El concepto de «generación del 27» es útil para situar históricamente a algunos poetas, pero no da cuenta de la realidad literaria del país. Deja fuera, por ejemplo, a los narradores, a Francisco Ayala, que estuvo en la celebración gongorina del 27, o a Rosa Chacel. Deja fuera a personajes tan destacados como José Bergamín, a ensayistas como María Zambrano y, también, a poetas como Ernestina Champourcín y Concha Méndez.

Es un concepto útil, aunque José-Carlos Mainer mostró hace ya tiempo, en la primera y segunda edición de La edad de plata (1975-1981), que era inadecuado desde la perspectiva historiográfica.

Las primeras obras de Pedro García Cabrera, Josefina de la Torre o Agustín Espinosa se publican en fechas cercanas a las primerizas de Luis Cernuda, de Manuel Altolaguirre, de Emilio Prados. El «núcleo central» de la obra de García Cabrera puede relacionarse, salvadas las diferencias, con la de Cernuda o Prados: importantes libros de unos y de otros se editaron después de la Guerra Civil Española. Josefina de la Torre, por su parte, publicó Versos y estampas en 1927, con prólogo de Pedro Salinas, en el suplemento de la revista Litoral, esto es, publicó en el mismo año y en la misma colección en que se imprimió Perfil del aire, el primer libro de Luis Cernuda. Salinas era amigo de Claudio de la Torre, hermano de Josefina, autor teatral y novelista muy conocido en aquellos años. Su novela En la vida del señor Alegre obtuvo en 1924 el Premio Nacional de Literatura. Se trata de otro autor excluido. Pino Ojeda publica su primer libro a finales de los años cuarenta.

Sin duda, es un tema complejo que no podemos abordar con la extensión que requeriría en este formato.